Época: Roma
Inicio: Año 753 A. C.
Fin: Año 476




Comentario

La diversión con mayúsculas del mundo romano es el circo o los juegos circenses. En el circo encontramos deporte, pasión e incluso ideas religiosas o políticas, por lo que algunos especialistas lo consideran como algo más que espectáculo.
La tradición hace referencia a los reyes etruscos como los creadores de los juegos en Roma, ya en el lugar donde posteriormente se instalaría el Circo Máximo. Estas ceremonias posiblemente tuvieran un origen funerario, con el fin de conjurar los poderes de ultratumba. Paulatinamente el espectáculo fue ganando terreno al rito y se establecieron fechas fijas para su celebración, debiéndose sumar los espectáculos extraordinarios, que habitualmente pagaba un particular para ganarse el favor del pueblo. Los juegos eran regulados por el Senado, siendo los magistrados los garantes del cumplimiento del calendario fijado.

Los juegos solían durar entre seis y ocho días con algunas excepciones, como los Ludi Romani, que duraban dieciséis. Las víctimas de los sacrificios, los aurigas y los atletas participaban en una procesión inicial donde se dejaba una muestra del lujo y el boato que rodeaba a los juegos. En un primer momento los juegos no tenían un lugar reservado para su celebración, eligiéndose el foro para presentar los combates de luchadores, cuya sangre tranquilizaría el espíritu de los muertos.

En época republicana eran los magistrados los encargados de la organización de los ludi, recibiendo un fuerte impulso en época de César. Los magistrados locales debían responsabilizarse del espectáculo, sufragando los gastos de su propio bolsillo, a partes iguales con las arcas públicas.

El ambiente que se vivía alrededor de los juegos era impresionante. La gente se agolpaba en el recinto antes del amanecer para poder disponer de los mejores lugares. Una vez en el sitio, allí se comía y bebía para no perderlo, dejando la ciudad casi desierta. Muchos espectadores se desplazaban desde lejos para contemplar el espectáculo y pasaban la noche a la intemperie. Los altos dignatarios, con el sitio reservado, accedían al recinto cuando ya estaba lleno, momento en que la muchedumbre manifestaba su cercanía o lejanía de los representantes populares. A continuación se sorteaban las parejas de luchadores, se examinaban las armas y se procedía al calentamiento. Cuando estaba todo preparado se iniciaba el combate, que solía ser a muerte. Si uno de los luchadores caía, el vencedor se volvía al palco del editor -quien sufragaba los juegos- para que dictara sentencia: el caído podía vivir o morir allí mismo con un simple movimiento de dedo. En muchos casos la valentía con la que se luchaba era un acicate para salvar la vida en este delicado momento. Pero uno de los principales motivos del espectáculo era la sangre de los gladiadores, que llegó a ser considerada como un remedio para curar la epilepsia. Otra alternativa de lucha era contra animales salvajes, a los que se daba caza en la arena.

Los gladiadores eran hombres de diversa condición social. Algunos podían ser personas libres que habían sido condenadas a muerte y a quienes la pena se le había conmutado por este "oficio". También encontramos condenados a trabajos forzados que elegían la lucha para poder obtener la libertad, si mantenían la vida. La mayoría eran esclavos condenados, aunque también encontramos alguno alquilado momentáneamente para el juego o un soldado desafortunado que luchaba para obtener lo que las campañas le habían negado.

Todos ellos se formaban en las escuelas de gladiadores, donde cada uno se especializaba en una técnica o tipo de armamento, ya que los combates enfrentaban a hombres en diferentes tipos de lucha. De esta manera se compensaban los armamentos e incluso los espectadores participaban en el combate, avisando a los luchadores de los movimientos de sus adversarios o sugiriendo iniciativas.

Para evitar el floreciente mercado de gladiadores, durante el Imperio se crearon centros de formación estatales. Los entrenadores, llamados doctores, supervisaban los entrenamientos, especializándose cada uno en una técnica particular, siendo habitual que estos puestos los ocuparan gladiadores viejos ya retirados.

Los precios de los gladiadores experimentaron una importante alza con el paso del tiempo, existiendo algunas estrellas muy bien pagadas. Los gladiadores normales -gregarii- cobraban entre 1.000 y 2.000 sestercios, mientras los experimentados -meliores- llegaron a recibir entre 3.000 y 15.000 sestercios. El propio Estado intentó regular este mercado abaratando los precios, al limitar los impuestos y establecer unas tarifas máximas de contratación.